A lo largo de la historia, la humanidad ha utilizado la fuerza como mecanismo de apropiación, legitimación y orden. Desde los imperios antiguos hasta la colonización moderna, el llamado Derecho de Conquista justificaba que un territorio, al ser tomado por la fuerza, pasaba automáticamente a ser propiedad del vencedor. Hoy, al menos en términos legales, ese derecho está abolido. Sin embargo, la psicología colectiva y los arquetipos culturales parecen seguir operando bajo la misma lógica: el que puede, se queda con lo que quiere, aunque la ley diga lo contrario.
Este artículo explora tres niveles:
1. El origen y caída del Derecho de Conquista.
2. Su persistencia psicológica en la vida cotidiana y en el delito común.
3. La aplicación arquetípica de esta lógica en el sistema judicial y en sus funcionarios.
Al final, se revela una conclusión incómoda: aunque la ley diga que la conquista y la corrupción son ilegales, en la práctica se reproducen de manera casi inevitable porque están inscritas en la condición humana y en la estructura misma de las instituciones.
1. El Derecho de Conquista: de norma aceptada a ilegalidad moderna
Durante siglos, el Derecho de Conquista fue un pilar del orden internacional. La lógica era simple: la victoria otorga derecho.
– En la Antigüedad, imperios como el romano expandieron su territorio bajo esta regla.
– En la Edad Media y la Modernidad, la colonización europea se justificaba con este principio. Quien conquistaba, gobernaba.
– Incluso hasta el siglo XIX, las fronteras cambiaban con guerras y tratados basados en conquistas.
Tras las dos Guerras Mundiales, el mundo se dio cuenta de que aceptar la conquista como derecho era una receta para la violencia perpetua. Con la Carta de las Naciones Unidas (1945), se estableció que ningún Estado puede adquirir territorio por la fuerza. El principio válido es la integridad territorial y la autodeterminación de los pueblos. El ocupante puede administrar de facto un territorio, pero no obtiene soberanía legítima.
Ejemplos claros:
– Irak en Kuwait (1990) → revertido por la ONU.
– Rusia en Crimea (2014) → no reconocido internacionalmente.
– Israel en Cisjordania → considerado ocupación.
Conclusión: jurídicamente, el Derecho de Conquista está muerto. Pero psicológicamente y culturalmente, no.
2. La persistencia psicológica del conquistar por la fuerza
Aunque abolido, el arquetipo de conquista sigue vivo en la mente humana.
Analogía con una casa ocupada:
– Si alguien ocupa una casa y echa al dueño, no adquiere derecho legal.
– Sin embargo, mientras nadie lo desaloje, vive allí.
– Es un hecho consumado, similar a las guerras de ocupación.
– La ley dice: ‘ilegal’. La práctica dice: ‘estás dentro’.
La lógica arquetípica: el ser humano arrastra de generación en generación la idea de que lo que tomo por la fuerza es mío.
– En guerras → anexiones encubiertas.
– En delitos → robos, mafias, violencia callejera.
– En política → abuso de poder para imponer mayorías.
Esto no desaparece porque responde a necesidades básicas de supervivencia: dominar, asegurarse recursos, imponerse sobre el otro.
3. Los arquetipos: estructuras eternas
Según Jung, los arquetipos son patrones universales que viven en el inconsciente colectivo. No se eliminan, se transforman con el tiempo.
Ejemplo:
– Antes: conquistar reinos.
– Hoy: ‘conquistar mercados’, ‘conquistar seguidores’.
La clave no está en destruirlos, sino en redirigirlos hacia formas constructivas.
Arquetipos que persisten:
– El Conquistador: ayer un general, hoy un empresario.
– El Sabio: ayer el chamán, hoy el juez ideal.
– El Traidor: ayer el espía, hoy el corrupto.
– El Burócrata: ayer el escriba, hoy el funcionario que paraliza.
4. El sistema judicial: teatro arquetípico por excelencia
El ámbito judicial es un lugar privilegiado para observar cómo se institucionalizan los arquetipos.
Arquetipos positivos (ideales):
– El Sabio / Guardián de la Ley: imparcialidad, justicia ciega, equilibrio.
– El Padre Justo: quien protege al débil y corrige al fuerte.
Arquetipos sombríos (la práctica):
– El Castigador Autoritario: decide según su poder, no según la ley.
– El Burócrata: aplica la norma sin alma ni sentido.
– El Traidor / Corrupto: vende favores, se deja sobornar.
– El Cómplice Pasivo: ve la corrupción y calla, reforzando el sistema.
Ineficiencia y corrupción estructural:
– Ineficiencia: producto del Burócrata eterno.
– Corrupción: sombra del Traidor, fomentada por la falta de controles.
– Vagancia: el Ciego voluntario, que prefiere no ver ni actuar.
5. ¿Es imposible cambiarlo?
Aquí la respuesta es matizada:
– A nivel individual: sí existen jueces y funcionarios vocacionales que quieren hacer bien su trabajo.
– A nivel colectivo: el sistema castiga al que se sale de la norma y premia al que calla.
– Resultado: incluso los buenos terminan pareciendo iguales, porque sostienen el mismo edificio con su silencio.
En países con controles fuertes (ej. los nórdicos), la corrupción judicial es mínima. En otros (ej. España, Italia, Latinoamérica), los arquetipos sombríos dominan más espacio.
La sombra nunca desaparece, pero se puede limitar o canalizar.
6. La gran contradicción
El sistema judicial vive atrapado en esta paradoja:
– En los símbolos: se presenta como noble, sabio, imparcial.
– En la práctica: reproduce corrupción, lentitud y apatía.
Esto no es un accidente: es el choque entre arquetipo ideal y arquetipo sombra.
7. Conclusión: del Derecho de Conquista a la Conquista Judicial
Aunque la ley abolió el Derecho de Conquista, su lógica sigue viva en la sociedad y especialmente en el sistema judicial.
– En la calle: quien roba, ocupa o abusa sigue actuando como conquistador.
– En los tribunales: jueces y funcionarios reproducen arquetipos de burócratas, cómplices y traidores que sostienen la corrupción estructural.
– En la psicología colectiva: persiste la idea de que ‘si puedo imponerte, ya gané’.
¿Se puede cambiar?
No eliminar. Pero sí transformar:
– Del conquistador violento al innovador creativo.
– Del burócrata ciego al servidor público eficiente.
– Del juez corrupto al guardián real de la ley.
Mientras tanto, la pregunta incómoda permanece: ¿queremos un sistema judicial que encarne la justicia, o nos conformamos con un teatro donde todos parecen iguales porque se tapan entre ellos?
8. Mi experiencia personal: el ejemplo detrás de estas reflexiones
Este artículo no surge de un ejercicio abstracto, sino de la experiencia directa. En los últimos años he intentado presentar entre 20 y 30 escritos o mas al sistema judicial, buscando una respuesta clara y justa.
¿Qué ocurrió?
La mayoría fueron rechazados con excusas técnicas.
Otros se perdieron en el laberinto burocrático.
Algunos fueron desviados deliberadamente para frenar su curso y evitar que llegaran a donde correspondía.
Y lo más perverso: existe una técnica concreta que he vivido en primera persona. Consiste en cometer errores intencionados en el trámite (ya sea en la gestión del escrito o en la sentencia), de modo que el documento queda ‘ineficiente’ o inválido.
La lentitud de los procesos cuando son ignorados hacen que pescriba o incite al denunciante a abandonar.
Resoluciones en el que aparece el nombre de una persona que no conozco mezclado con el mio. Provocan una resolución nula.
– Entonces te obligan a presentar un nuevo escrito de reparación.
– Incluso llegan a invitarte a pagar tasas adicionales para poder registrarlo.
– En mi caso, llegué a recibir cuentas falsas o inoperativas donde se me pedía el ingreso.
Pedi explicaciones a los funcionarios por correo de los errores. Y según un programa que tengo se ha abierto el correo varias veces y no han dado ninguna respuesta.
Todo esto no es una anécdota, sino un patrón repetido. Al final, lo que debería ser un proceso transparente y ágil se convirtió en un muro diseñado para bloquear, manipular y desgastar.
El resultado:
– Burócratas que hacen imposible lo sencillo.
– Funcionarios que, en vez de ayudar, complican.
– Una estructura que, en lugar de proteger al ciudadano, lo empuja al cansancio y la rendición.
Este post nace de esa experiencia real. No es teoría vacía: es la constatación de cómo un sistema supuestamente garante de justicia puede convertirse en un mecanismo de control y manipulación. Y lo más grave: incluso quienes dentro del sistema ‘quieren hacer bien las cosas’, al callar o mirar hacia otro lado, terminan siendo cómplices de esa maquinaria ineficiente y corrupta.